A veces siento que debo esconder mi consumo de cannabis en el trabajo. Por alguna razón evalúo constantemente si hablar o no (como si fuera un secreto de estado) con mi jefe o mis colegas que soy una mujer cannábica. Y lo peor, es que la mayoría del tiempo prefiero no decirlo, como si fuera algo malo, aunque sé que no lo es. Me da temor que juzguen mis capacidades o piensen que soy menos responsable. Este problema se debe en su totalidad al poco conocimiento que tienen las personas sobre el cannabis y los prejuicios sociales. Esto no es mi problema, me digo a mí misma, a modo de consuelo.
En la actualidad, las y los consumidores nos enfrentamos a todo el imaginario social que hay alrededor de la marihuana, el estigma nos califica como ciudadanas y ciudadanos de segunda, ya que la percepción social es que nuestro estilo de vida es contrario a los objetivos de la vida social. Lo anterior, se basa en que se relaciona el consumo con la violencia, la enfermedad y la degradación física y moral (Amaya y Román, 2018).
Hasta hace un tiempo, prefería no referirme al tema si no me preguntaban, pero siempre que salía la cannabis a la conversación, me empoderaba y sacaba mi arsenal de conocimientos para ilustrar a quien estuviera a mi alrededor, sobre todo cuando decían cosas incorrectas. Soy creyente de que los prejuicios se basan en el desconocimiento, y para combatirlo, tenemos que conversar con hechos y realidades.
Así lo hice con mi familia, con profesores, con padres y madres, y hoy lo hago en mi trabajo. El cannabis llegó para quedarse, para ayudar a millones de personas a curar sus enfermedades y también para pasar momentos recreacionales. Lamentablemente, la política ha criminalizado a la planta y a sus consumidores; su ventaja para que las personas creyeran en sus falsos males fue el poco acceso a la información, pero estamos en 2022 y ahora vivimos en un mundo totalmente diferente y globalizado.
Tenemos la oportunidad de educar a nuestro entorno y no debemos desperdiciarla, las y los cannábicos estamos cada vez llegando más lejos, un ejemplo es Ana María Gazmuri, creadora de Fundación Daya que hoy está trabajando en el Congreso como diputada, y así muchos profesionales más. El investigador mexicano Juan De la Fuente en 2015, explica que reducir la estigmatización y la dsicriminación es fundamental para comenzar a elaborar políticas desde una lógica de respeto por los derechos humanos. No debemos seguir escondiendo nuestro consumo, no estamos haciendo nada malo ni mucho menos algo ilegal, solo estamos ejerciendo nuestros derechos. Cambiemos el paradigma y ayudemos a la comprensión del cannabis y sus efectos. Hoy les digo con orgullo: sí, soy cannabica.
Referencias bibliográficas:
Amaya, C. y Román, S. (2018). Efecto del estigma sobre los consumidores de marihuana frente al consumo responsable (tesis de grado). Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá D. C.
De la Fuente, J. (2015). Marihuana y salud. México: FCE.